viernes, 25 de noviembre de 2022

EL AMOR EN RUSSIA.

Todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada.


La ceposa acababa de saber de que su esposo mantenia interacciones con la institutriz francesa y se había apresurado a declararle que no podía continuar viviendo con él.


Todos, inclusive los criados, sentian era lan dolorosa para los esposeia via en camin no lenta ya ruido y que, inclusive en una posada, se hallan anguima une res ni de ques de lo cual ahora se sentian ellos entre si.


La dama no salia de sus habitaciones:; el esposo no comía en el hogar a partir de hacía 3 días; los nitos corrían libremente de un lado a otro sin que nadie les incomodara. la no iomia en lesa habia fenicio una discusión con el ama de laves y redactó a una amiga suya pidiéndole que le buscase otra colocación; el cocinero se había ido 2 días previamente, claramente en el momento de ingerir; y el cochero y la avudante de cocina manifestaron que no querían seguir prestando sus servicios alli y que solamente esperaban que les saldasen sus haberes para irse.


El tercer día luego de la escena tenida con su dama, el principe Esteban Arkadievich Oblonsky-Stiva, como le llamaban en sociedad-, al despertar a su hora de costumbre, o sea, a las 8 de la mañana, se encontró, no en el cuarto conyugal, sino en su despacho, tendido sobre el sofá de cuero.


De repente se incorporó, se sentó sobre el sofá y abrió los ojos.


Alabin daba una comida en Darmstadt... La situación es que Darmstadt estaba en América... Alabin daba un banquete, servido en mesas de cristal... Y las mesas cantaban: "II mio tesoro".: Y si do era aquello, era algo más precioso aún.


" Había además unos tarros, que después resultaron ser féminas..


Los ojos de Esteban Arkadievich brillaron alegremente al rememorar ese sueño.


colocada la bata.


únicamente entonces se acordó de cómo y por qué estaba en su gabinete y no en la aposento con su dama; la sonrisa desapareció de su cara y arrugó el entrecejo.


-iAy, ay, ay! -se lamentó, acordándose de lo cual había sucedido.


Y otra vez se presentaron a su imaginación los detalles de la escena horrible; pensó en la violenta situación en que estaba y pensó, más que nada, en su propia culpa, que ahora se le se mostraba con claridad.


Aquello es lo horroroso del caso! -se repitió con desesperación, evocando otra vez la escena en todos sus detalles.


Dolly, aquella Dolly, eternamente ocupada, continuamente llena de preocupaciones, tan poco inteligente, según opinaba él, estaba sentada con el papel en la mano, mirándole con una expresión de horror, de desesperación y de rabia.


Y ahora, al recordarlo, lo cual más contrariaba a Esteban Arkadievich en ese tema no era el hecho en sí, sino la forma como había contestado entonces a su mujer.


Le había sucedido lo cual a todo individuo sorprendida en una situación bastante vergonzosa: no supo adaptar su aspecto a el caso en que estaba.


De esta forma, en lugar de ofenderse, negar, disculparse, solicitar disculpas o inclusive quedar indiferente --cualquiera de esas reacciones habría sido preferible-, hizo una cosa ajena a su voluntad ("reflejos cerebrales" , juzgó Esteban Arkadievich, que se interesaba mucho por la fisiología): sonreír, sonreír con su sonrisa usual, indulgente y en ese caso necia.


Aquella necia sonrisa era imperdonable. Al verla, Dolly se había estremecido como bajo el impacto de un dolor físico, y, según su costumbre, anonadó a Stiva bajo un torrente de palabras duras y apenas hubo culminado, escapó a resguardarse en su habitación.


Desde ese instante, se había negado a ver a su esposo.


"‚Todo por aquella necia sonrisa!", pensaba Esteban Arkadievich.

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